Emprender es acometer una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierra dificultad o peligro, y Jean Curtius es un gran ejemplo de ello.
Tenía 66 años cuando decidió dejar una vida de rico industrial en su tierra natal, Lieja, para emprender el que probablemente fue el mayor reto de su vida: la Fábrica de Cañones de Liérganes.
Jean de Corte, Jan o Jean Curtius o Juan Curcio como se le conoció en España, fue un industrial de Lieja (Bélgica) que, gracias a la fortuna de su esposa, Pétronille de Braaz, y en el contexto de la Guerra de los 80 Años, hizo fortuna explotando minas de carbón y la fabricación de pólvora, salitre y municiones que proveía en exclusiva a los ejércitos españoles en Flandes.
En la compleja empresa que acometió en Liérganes acabó invirtiendo el equivalente a 5.000.000 de euros actuales. Sumados al agotamiento físico, a las pérdidas de sus negocios en Lieja y a su avanzada edad, en 1628 se vio obligado a vender los derechos de explotación sin llegar a ver la fábrica funcionando a pleno ritmo. Dos meses después murió a los 77 años sin llegar a ver lo acertado de su visión y el éxito que tendría su empresa, única capaz de fundir hierro en España, y una de las más importantes de su tiempo en Europa que es como decir el mundo.
Personaje admirado y respetado en Bélgica, su casa palacio a orillas del río Mosa hoy es sede del complejo museístico Gran Curtius, uno de los centros culturales más activos de Bélgica que alberga colecciones de cristal, arte religioso y mosano, armas y artes decorativas entre las más importantes de Europa.
Imagen: nga.gov
Curtius no llegó sólo a Liérganes: siendo los altos hornos desconocidos en la península, trajo consigo 40 familias de expertos en el “nuevo arte de fundir”, una colonia flamenca originaria de Valonia que hoy, 16 generaciones después, es tan lierganesa como el Hombre-pez. Se llamaban:
Arche, Bernó, Bernot, Budur, Colart, Cubría, Guatí, Lombó, Marqué, Otí, Rochí, Rojí, Roqueñí, Uslé o Valdor.
Sus numerosos descendientes en Cantabria, España y América son herencia viva de la gran huella social y cultural de la Fábrica.